Humanista, polímata, geógrafo (Padre de la geografía moderna) Friedrich Wilhelm Heinrich Alexander Freiherr von Humbold

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Nació en Berlín, Alemania, el 14 de septiembre de 1769, en el seno de una familia noble prusiana, hijo del barón Alejandro de Humboldt y de María Isabel von Hollwege. Su padre prestaba servicios militares en la Corte del Rey de Prusia, Federico II, el Grande. Junto con su hermano Wilhelm, dos años mayor que él, recibió una excelente educación en su castillo de Tegel, la que les fue impartida en forma privada por notables maestros.

Estudió disciplinas tan amplias y diversas como filosofía, física, antropología, economía política, idiomas, grabado, dibujo, matemáticas, teología, botánica e incluso administración pública (cameralia) y electricidad. Junto con su hermano Christian, instaló en 1785 el segundo pararrayos en Alemania.

Tras su periplo por Sudamérica, en diciembre de 1802, Humboldt se embarcó con rumbo hacia la Nueva España. Arribó al puerto de Acapulco el 22 de marzo de 1803, y emprendió el viaje a la ciudad de México. En el trayecto, en diversos puntos efectuó observaciones termobarométricas y estudió la fauna, la flora, la geología y los minerales de las regiones por las que transitó. Llegó a la capital el 21 de abril siguiente; el virrey de la Nueva España, José de Iturrigaray, no sólo acompañó a Humboldt al tajo de Nochistongo, ubicado en el actual Estado de México sino que le dio facilidades para consultar los archivos oficiales. Tras pasar un mes en la capital del virreinato, fue a visitar las minas de Xacal y Encino. Regresó a la ciudad de México, para después emprender otro viaje hacia Guanajuato y Querétaro, para después llegar a tierras michoacanas.

Entre las actividades que Humboldt realizó en la Nueva España destacan las siguientes: trabajos en colaboración con científicos novohispanos en el Colegio de Minería; observaciones, cálculos y análisis de la ciudad de México y de todos los lugares que visitó: estudios de la región minera de Real del Monte, Hidalgo; escalamiento del volcán el Jorullo, ubicado en Michoacán; y cálculo de la altitud del Popocatépetl.

Posteriormente viajó a Puebla de los Ángeles, a Jalapa y concluyó su periplo mexicano en Veracruz, desde donde en marzo de 1804, se embarcó hacia La Habana. De este viaje Humboldt dejó testimonio en un gran libro, el Ensayo político sobre el reino de la Nueva España. El índice de esta gran obra, publicada por partes entre 1808 y 1811, puede dar una idea aunque sea superficial sobre su importante  contenido:

Libro 1. Consideraciones generales acerca de la extensión y el aspecto físico del reino de la Nueva-España. Influencia de las desigualdades del suelo en el clima, la agricultura, y el comercio, y la defensa militar del país. (Cap.I-III)

Libro 2. Población general de la Nueva-España. División de los habitantes en castas. (Cap.IV-VII)

Libro 3. Estadística particular de las intendencias que componen el reino de la Nueva-España. Su extensión territorial, y su población. (Cap. VIII)

Libro 4. Estado de la agricultura de Nueva-España. Minas metálicas. (Cap. IX-XI)

Libro 5. Estado de las manufacturas y comercio de la Nueva-España. (Cap. XII)

Libro 6. Rentas del Estado. Defensa militar. (Cap. XIII-XIV)

Como se puede inferir de este índice, el Ensayo constituyó una de las primeras monografías sobre un país, escrito desde una perspectiva histórica, sociológica y política, en la que además, aparecieron correlacionados fenómenos naturales y humanos, así como las estadística relativas a ellos.

Además, Humboldt trató de promover el desarrollo de la infraestructura a gran escala. En su Ensayo Político describió por lo menos nueve sitios posibles para la construcción de un canal del Atlántico al Pacífico (uno de ellos se construiría 100 años después, en el Canal de Panamá). Asimismo incluyó propuestas detalladas para resolver el problema del drenaje de la Ciudad de México.

En su brillante descripción de la colonia española, puso de relieve la gran desigualdad social existente: “la casta de los blancos es en la que se observan casi exclusivamente los progresos del entendimiento, es también casi sola ella la que posee grandes riquezas; las cuales por desgracia están repartidas aún con mayor desigualdad en México que en la Capitanía General de Caracas, en la Habana y el Perú»… Ojala que llegase a persuadir a los responsables del destino mexicano de una verdad importante, a saber: que el bienestar de los blancos está íntimamente enlazado con el de la raza bronceada, y que no puede existir felicidad duradera en ambas Américas, sino hasta que esta raza humillada pero no envilecida en medio de su larga opresión, llegue a participar de todos los beneficios que son consiguientes a los progresos de la civilización y del perfeccionamiento del orden social.”

Sin embargo, admiró la convivencia de todos los estratos de la sociedad novohispana en la ciencia y en el arte: “¡Cuántos edificios bellos pueden verse en [la ciudad de] México!… En la Academia de Bellas Artes la instrucción es gratuita. Sus grandes salones, bien iluminados con lámparas de Argand, acogen a algunos cientos de jóvenes todas las tardes; algunos dibujan modelos vivos o de relieve. En esta asamblea (y esto es extraordinario en un país donde los prejuicios de la nobleza contra las castas son tan arraigados) el rango, el color y la raza se confunden: vemos al indio y al mestizo sentados junto al blanco, y al hijo de un pobre artesano al lado de los hijos de los grandes señores del país. Es un consuelo observar que en todo lugar donde se cultiva la ciencia y el arte, se establece una cierta igualdad entre los hombres, y, al menos por un tiempo, desaparecen todas aquellas pasiones mezquinas cuyos efectos son tan perjudiciales para la felicidad social”.

Posteriormente Humboldt fue a Cuba, de donde pasó a los Estados Unidos. En mayo de 1804 llegó a Filadelfia, tras de solicitar una audiencia con el presidente Jefferson. Se reunió con los miembros de la Sociedad Filosófica Americana, quienes lo eligieron como uno de sus miembros. La visita de Humboldt coincidió con el interés de Jefferson en la exploración del oeste americano y de inmediato lo invitó a la Casa Blanca para sostener conversaciones y consultas detalladas. Además, comprada ya la Luisiana a Napoleón Bonaparte, interesaba a Jefferson la definición de los límites fronterizos entre los Estados Unidos y la Nueva España, lo que después se concretaría en el Tratado Adams-Onís. Humboldt aportó valiosa información sobre Texas al gobierno norteamericano. Se considera que durante esta visita los Estados Unidos obtuvieron información estratégica de la riqueza de su vecino y del estado de debilidad interior que lo aquejaba, lo que estimuló su ambición por apoderarse de los territorios novohispanos.

Esta predisposición de Humboldt hacía los Estados Unidos expresaba su fe de que este país fuera la avanzada en el progreso de la humanidad; así se despidió de Jefferson: “Me voy con el consuelo de que el pueblo de este continente marcha a pasos agigantados hacia el perfeccionamiento de un Estado social, mientras Europa presenta un espectáculo inmoral y melancólico. Me complazco en la esperanza de disfrutar de nuevo de esta experiencia consoladora, y simpatizo con usted en la esperanza… de que la humanidad pueda obtener grandes beneficios del nuevo orden de cosas que se verá aquí…”

Después se embarcó de regreso a Europa y llegó a Burdeos en agosto de 1804. Los veinte años siguientes residió en París. Ahí se dedicó a la escritura, por una parte del Ensayo ya citado, y por otra, de su monumental obra en treinta volúmenes Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Continente, hecho entre 1799 y 1804, que fue publicado entre 1807 y 1827.

Alguna vez, Humboldt abrigó la esperanza de pasar su vejez en México, cuando un grupo de financieros franceses le pidió asesoría para realizar aquí un gran proyecto minero en 1822. Desgraciadamente el proyecto se canceló, entre otras causas, por la inestabilidad política de la recién independizada nación.

El Ensayo político sobre el reino de la Nueva España de Humboldt, publicado en español en 1822, fue apreciado por todos los mexicanos ilustrados de la época por la promesa de progreso que parecía ofrecer. Enrique Krauze (Caras de la Historia II) escribe: “Los criollos mexicanos -herederos por fin, tras una espera de tres siglos, de la antigua Nueva España- llegaron a leer el célebre ensayo de Humboldt publicado en 1811 más que como una profecía nacional que como un libro científico. El ensayo dice así: El vasto reino de Nueva España, bien cultivado, produciría por sí solo todo lo que el comercio va a buscar en el resto del globo: el azúcar, la cochinilla, el cacao, el algodón, el café, el trigo, el cáñamo, el lino, la seda, los aceites y el vino. Proveería de todos los metales, sin excluir aún el mercurio; sus excelentes maderas de construcción y la abundancia de hierro y cobre favorecerían los progresos de la navegación mexicana; bien que el estado de ellas y la falta de puertos (…) oponen obstáculos que serían difíciles de vencer”. El despojo de la mitad de su territorio por los Estados Unidos convertirá en pesadilla el sueño imperial mexicano de las primeras décadas del siglo XIX.

Ya con una fortuna muy menguada debido a que había financiado sus expediciones y sus publicaciones, Humboldt regresó a Berlín, en donde el monarca prusiano lo designó su consejero. También el Zar de Rusia lo invitó a visitar su país, lo que aceptó, efectuando un viaje de casi un año por las estepas rusas.

Al regresar de su estancia en Rusia, todavía escribió otra gran obra, Cosmos, en el que realizó una extraordinaria síntesis del conocimiento disponible sobre los climas y la biogeografía del planeta.

Humboldt fue un ardiente opositor de la esclavitud y en sus escritos sobre Cuba y México se encuentras severas denuncias contra ella. Incluso condenó una edición impresa en Nueva York de su Ensayo Político,  porque eliminaba sus denuncias contra el esclavismo. Asimismo, logró que se aprobara una ley en Prusia que le concedía la libertad a cualquier esclavo negro que tocara suelo prusiano.

Indudablemente, fue un gran humanista: “Cómo detesto estas políticas que miden y evalúan el bienestar público simplemente de acuerdo al valor de sus exportaciones. La riqueza de las naciones es como la riqueza de los individuos. Es sólo secundaria a nuestro bienestar. Antes uno es libre, uno debe ser justo, y sin justicia no hay prosperidad duradera”.

Escribió en una de sus cartas a su hermano Guillermo durante sus últimos años: “Si hemos de señalar una idea que a través de toda la historia ha extendido cada vez más su imperio, o que, más que ninguna otra da testimonio de la muy debatida y, no obstante, más indiscutiblemente incomprendida perfectibilidad de toda la raza humana, es aquella de establecer nuestra humanidad común; de luchar por derribar las barreras que los prejuicios y las perspectivas estrechas de todo tipo han levantado entre los hombres, y tratar a toda la humanidad, sin distingo de religión, nacionalidad o color como una fraternidad, una gran comunidad, capaz de lograr un objetivo: el desarrollo irrestricto de sus potencialidades físicas. Este es el objetivo último y más elevado de la sociedad, idéntico a la orientación que la naturaleza inculcó en la mente del hombre hacia la extensión indefinida de su existencia”.

El general Antonio López de Santa Anna durante su último periodo presidencial, otorgó a Humboldt en 1854 la Gran Cruz de la Orden de Guadalupe.

Humboldt falleció el 6 de mayo de 1859, y fue sepultado en el cementerio de Tegel, lugar en donde nació.

A su muerte, el gobierno de Benito Juárez lo declaró Benemérito de la Patria.

Tratados de Bucareli. Arrioja Vizcaíno: «Las notas que dejó Croix:

10091923Escribe Arrioja Vizcaíno: «Las notas que dejó Croix -que algunos podrían considerar fantásticas- son las que ahora se reproducen:

I. Las disposiciones de la fracción IV del artículo 27 de la Constitución de México, vigente a partir del 1 de mayo de 1917, que establecen el dominio directo de la nación sobre el petróleo, no se aplicarán a los ciudadanos y las compañías estadunidenses durante un periodo mínimo de quince a veinticinco años, que es el plazo que se estima razonable para que las inversiones petroleras estadunidenses se concentren en Venezuela, país que ofrece yacimientos probados pero vírgenes; plataformas de explotación de más bajo costo; así como un régimen legal suficientemente flexible. De tal manera que la nueva legislación petrolera mexicana, cuando se llegue a poner en práctica, básicamente afecte intereses europeos (holandeses e ingleses en su mayoría) y sólo secundariamente afecte intereses de ciudadanos y compañías de los Estados Unidos de América.

II. En caso de que transcurrido el plazo mínimo de quince a veinticinco años que se establece en la cláusula inmediata anterior, el gobierno mexicano aplique su nueva legislación petrolera (tal como la misma se define en la cláusula que antecede), la entidad gubernamental mexicana que se haga cargo del petróleo deberá contratar, por lo menos, el 80% (ochenta por ciento) de sus suministros, la asistencia técnica requerida y demás servicios relacionados de ciudadanos y compañías estadunidenses, por tiempo indefinido.

III. El gobierno de los Estados Unidos agradece la buena voluntad del gobierno de México, expresada en el protocolo conocido como «De la Huerta-Lamont», de restituir a sus propietarios originales los Ferrocarriles Nacionales de México, adquiridos el 28 de marzo de 1907, por el gobierno del entonces presidente Porfirio Díaz. No obstante, tal y como se reconoce en el mismo «Convenio De la Huerta-Lamont», la deuda ferrocarrilera acumulada de 1907 a la fecha es del orden de 242 millones de dólares. En tales condiciones, ninguna empresa estadunidense está interesada en recibir los ferrocarriles mexicanos, por lo que los mismos deberán ser operados en las condiciones en que se encuentran, bajo la exclusiva responsabilidad del gobierno mexicano.

IV. En virtud de que la deuda ferrocarrilera impedirá, se estima que por varias décadas, el crecimiento eficiente de los Ferrocarriles Nacionales de México, el gobierno de México se obliga a sustituir, con el tiempo, los ferrocarriles por una red carretera nacional, cuyos suministros (no disponibles localmente) y asistencia técnica requerida, deberán ser adquiridos de ciudadanos y compañías estadunidenses. De igual manera, los vehículos de transporte, en un 80% (ochenta por ciento), por lo menos, se importarán de los Estados Unidos.

V. Las indemnizaciones por expropiaciones agrarias pagaderas a los ciudadanos y compañías de los Estados Unidos de América se cubrirán con cargo a un fondo especial de contingencia que el gobierno de los Estados Unidos pondrá a disposición del gobierno de México, siempre y cuando. previamente el gobierno de México garantice el total de dichos fondos con bonos de la deuda pública mexicana, redimibles a diez años, que generarán intereses a la tasa del 5% (cinco por ciento) anual, y que serán susceptibles de ser negociados en el mercado bursátil de Nueva York. Este entendimiento no figurará en la Convención Especial de Reclamaciones, que se presentará para ratificación al Senado de México y que, por lo tanto, se hará del dominio público.

VI. En concordancia con lo anterior, el gobierno de México se abstendrá de afectar, en cualquier forma y bajo cualquier título legal, propiedades de compañías y ciudadanos estadounidenses que no estén relacionadas con los procesos agrarios.

VII. Durante un periodo mínimo de veinticinco años, México se abstendrá de llevar a cabo cualquier proceso de industrialización que, a juicio único y exclusivo del gobierno de los Estados Unidos, vaya en detrimento de sus intereses estratégicos. El gobierno de los Estados Unidos se reserva el derecho de notificar al de México, por la vía diplomática, la existencia, o posible existencia, en territorio mexicano de cualquier proceso industrial que juzgue contrario a sus dichos intereses estratégicos, obligándose el gobierno de México a actuar de inmediato, y en consecuencia, para todos los efectos derivados de la presente cláusula.

VIII. Transcurrido el periodo mínimo de veinticinco años previsto en la cláusula inmediata anterior, el gobierno de México estará en libertad de llevar a cabo los procesos de industrialización que considere convenientes para sus intereses, pero en el entendido de que en tales procesos el gobierno de México otorgará a los ciudadanos y compañías de los Estados Unidos la protección suficiente para permitir a dichos ciudadanos y compañías crear y administrar libremente las industrias, así como todos sus servicios conexos, en que puedan estar interesados.

IX. En reciprocidad a todo lo anterior, el gobierno de los Estados Unidos de América, se compromete a otorgar el reconocimiento diplomático que le tiene solicitado el gobierno de México y a proporcionarle, en condiciones de preferencia y en la vía rápida tanto los créditos internacionales como la ayuda militar que el secretario de Hacienda y Crédito Público, en los términos de la nota diplomática que se anexa, tiene solicitados al secretario del Tesoro de Estados Unidos.

X. Las Altas Partes contratantes se obligan a mantener en absoluta reserva y confidencialidad el presente protocolo durante un periodo mínimo de 100 (cien) años, contados a partir de la fecha pactada para el otorgamiento por el gobierno de Estados Unidos de América al de México, del correspondiente reconocimiento diplomático: 31 de agosto de 1923. Sin embargo, las Altas Partes contratantes se reservan el derecho de prorrogar dicha reserva y confidencialidad por un periodo adicional de 50 (cincuenta) años, si así conviniera a sus intereses.

XI. El presente protocolo se suscribe en los idiomas inglés y español. Sin embargo, en caso de controversia sobre su contenido, alcances e interpretación, prevalecerá la versión en idioma inglés».

Para el autor, existen «hechos que tienden a corroborar la existencia de este protocolo secreto», como las políticas petrolera, ferrocarrilera, agraria y de industrialización, que adoptaron los gobiernos de las décadas siguientes, a partir del reconocimiento de los Estados Unidos pactado por el presidente Álvaro Obregón.