A mis hijos

Al comenzar esta correspondencia experimento en lo más hondo de mi ser una gran emoción; pienso en ese instante venturoso en que por primera vez podrás leer estos renglones iniciados en el mes de Octubre de 2014, cuando tú todavía eres un ser ignorante de las asechanzas del destino.

Al contemplar la ingenuidad de tus juegos infantiles, pasó por mi imaginación el cuadro de la vida, que por feliz que pudiera ser, siempre lleva en sí el dolor no sólo en su burda manifestación física, sino también en su exquisita expresión espiritual, haciéndonos sentir amarga emoción ante una estrella que se apaga, una flor que se deshoja o una nube que se aleja; pensé en los momentos infinitamente tristes, en que mi imagen envuelta en brumas del recuerdo, descenderá hasta tu lado para confortarte en las horas crueles de alguna humana decepción; sentí profunda pena al recordar que puedo abandonarte aún impreparado para las alternativas del imperativo biológico del combate.

Influida por los anteriores pensamientos, resolví dejarte, guardadas en las sencillas líneas de estas epístolas normas que te orienten no hacia una vida fastuosa, sino hacia una existencia tranquila, no anhelo para ti la supremacía del poder del oro, que despierta nuestros instintos primitivos ; sino sólo deseo que pobre o rico, humilde o poderoso, ignorante o sabio, marches por los senderos que hacen del hombre un ser digno de vivir entre sus semejantes, deseo que llegues a la meta de tu vida, serenamente, con los cabellos plateados no por las incertidumbres de los triunfos materiales, sino por las hondas meditaciones que nos alejan del pantano, para lanzarnos a las regiones luminosas del pensamiento filosófico.

Día por día, fórjate un espíritu fuerte, refractario a las claudicaciones, dispuesto siempre a arrostrar todos los peligros, con tal de poder conservar la pureza de tus ideales; te hablaré de las distintas virtudes que pueden hacer de un humilde ser, majestuoso tabernáculo en que resplandezca la grandeza de una existencia noblemente llevada.

No intento hacer de ti un ser perfecto, pues esto sería una utopía, sólo anhelo hacerte un hombre en la extensión completa del vocablo, con todas tus pasiones, con todos tus defectos, con todos tus impulsos, con todos tus deseos, pero imperando siempre, con inconfundibles relieves de rectitud en tus procederes; no te aconsejaré la mansedumbre, con que no es nada  más que la cobardía subliminada; sé implacable para los que atenten contra tu honor, pero castigando siempre con la hidalguía de los viejos paladines; aspira a una respetable posición social, mas para llegar a ella imita el desplante de los cóndores, que constituyen un bello motivo ornamental al conquistar las cumbres a golpe de ala; jamás imites al reptil que por vericuetos extraviados logra alcanzar la luminosidad de las cumbres para poner un borrón en la belleza augusta del paisaje; en el amor no quiero que figures entre los castos, sino goces de todos los atributos del sexo, pero procediendo siempre con la rectitud de los caballeros; que nunca tu pensamiento sea envilecido por la sombra de la traición; una de las virtudes más grandes del hombre es la lealtad; lealtad para los amigos, lealtad para los principios, lealtad que te lleve hasta el sacrificio en aras de un ideal; jamás protejas tu vida con el escudo de la delación, primero morir que delatar, debe ser norma inconmovible en tu existencia; haz de tu palabra algo inviolable y sagrado; no te pido que vivas la miserable condición del avaro, pero si te sugiero que seas parco en tus derroches, no sólo por ti, sino también por el respeto que a los que en la impotencia de su pobreza, contemplan, minuto a minuto escaparse la vida de un hijo en cada golpe de tos; si tienes dinero en abundancia, ayuda a quien lo necesite sin pedir ningún favor a cambio y gástalo también en libros, que son los mejores amigos: en mis amarguras y en mis desesperaciones he hallado siempre consuelo entre sus páginas; practica la caridad noblemente, sin vanos deseos de publicidad, persiguiendo sólo la infinita alegría de restañar una herida, enjugar una lágrima o calmar un dolor; entiendo que de vez en vez, sentirás los deseos de ingerir alcohol o de jugar al azar; cuando lo hagas recuerda que los vicios no deben ser tus amos; nunca llegues a la embriaguez absoluta que denigre la exquisita espiritualidad que siempre deberá alentar en ti; guarda virgen de toda mácula el nombre que te lego que, en muchas generaciones , ha vivido cobijado por el manto de la honorabilidad.

En las sucesivas epístolas futuras, te hablaré de las virtudes y de los defectos humanos, para que puedas conocer al hombre en todos sus aspectos: en el médico generoso que anhela prolongar una vida y en el torvo homicida que destruye una existencia; así verás a la especie humana en la excelsitud de las cumbres y en la profundidad de los abismos.

Piensa que sólo me guía el deseo de darte sanos consejos, emanados de una dolorosa experiencia, para que cuando yo no sea más que un mármol, un nombre y una fecha, comprendas los grandes anhelos que encerró mi corazón para tu vida, y entiendas que fuiste la única razón que me hizo temer a la muerte; tal vez entonces en tu rostro curtido, de noble luchador, rueden silenciosamente un par de lágrimas, vertidas en homenaje de quien supo desearte una existencia noblemente vivida…